TRIBUNA / OPINIÓN

Burbuja emprendedora o emprendedores burbuja

23/10/2016 - 

Últimamente se habla mucho de la existencia de una burbuja emprendedora en el sentido de que hay un exceso de iniciativas y políticas, muchas veces descoordinadas o incoherentes entre sí, dirigidas a fomentar el emprendedurismo.

Creo que debemos anhelar una sociedad más emprendedora porque eso significa más ideas, más iniciativas y más desarrollo económico y social. Una persona emprendedora suele desarrollar habilidades altamente positivas como la cultura del esfuerzo y la superación, el trabajo en equipo o la proactividad para una mejor gestión de la incertidumbre. Estas virtudes son interesantes desde una perspectiva individual, pero también desde un punto de vista colectivo o social; es decir, para la sociedad donde el emprendedor actúa. Y ello es así porque los emprendedores normalmente desean mejorar las cosas y porque, algunos de ellos, convierten sus iniciativas en empresas que crean empleo y generan impuestos directos e indirectos con los que finalmente sostenemos nuestros sistemas de salud, de educación o las infraestructuras que usamos.

Por eso, un territorio sin emprendedores raramente evoluciona. Ahora bien, el exceso de mensajes y políticas (muchas veces inconexas e incoherentes) para el fomento del emprendedurismo está generando la falsa creencia de que todos debemos ser empresarios y de que serlo es solo cosa de tener una buena idea. Nada más lejos de la realidad: ser “emprendedor” no es igual a ser “empresario”.

Un emprendedor es –insisto- una persona que quiere mejorar su entorno con iniciativas y acciones: cualquier persona puede ser emprendedora, desde un trabajador de una empresa (intraemprendedor), hasta un profesional de la medicina o del derecho o un profesor.

Ser empresario –sin embargo- no es solo tener una buena idea, sino gestionarla para que acabe siendo una empresa. El empresario sabe que su actividad va asociada al riesgo y que la mayoría de las veces uno tiene que estar dispuesto a perder dinero. De hecho, es común observar la creciente presencia de “empresarios burbuja” que creen ser empresarios porque tienen una idea, pero que no están dispuestos a invertir un solo euro en desarrollarla, o lo que es más importante, en competir. Así, es la gestión y el riesgo lo que diferencia al empresario del que solo tiene una buena idea. El emprendedor se convierte en empresario desde el momento que arriesga sus recursos y los ordena para conseguir un fin empresarial: podemos decir que todos los empresarios deberían ser emprendedores, pero no todos los emprendedores tienen porqué ser empresarios.

Por todo ello, las políticas para fomentar una actitud emprendedora en las personas entiendo que son positivas para la sociedad. La coordinación de estas políticas y la colaboración público-privada las harán más eficientes y coherentes. En este ámbito, el sistema educativo juega un papel fundamental desde las etapas más tempranas hasta la Universidad, por lo que la introducción de asignaturas o planes formativos que fomenten estas actitudes resulta fundamental. Como en casi todo, la educación es clave.

Ahora bien, si realmente queremos tener un efecto dinamizador de nuestro territorio a través de empresas innovadoras que fomenten el talento, es necesario hablar también de consolidación empresarial y de innovación. No es tanto una cuestión de que cada vez haya más empresarios, sino de facilitar el crecimiento y la competitividad de los que ya están. Si hacemos empresas competitivas desde la innovación y el conocimiento, seremos más atractivos para el talento y esa es, finalmente, la materia prima que queremos que esté en nuestra tierra. El talento emprendedor y proactivo, bien gestionado desde la educación y la empresa, es el mejor ingrediente para que nuestro territorio evolucione.

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