CRÍTICA DE CINE

'Doña Clara': rebelarse ante el presente

10/03/2017 - 

VALÈNCIA. En el pasado Festival de Cannes, un director prácticamente desconocido en el circuito de certámenes internacionales desataba la polémica al plantar cara al gobierno de Brasil. La responsable de ese revuelo, una película, Aquarius (rebautizada en España como Doña Clara), una metáfora en forma de refinada crítica política en torno al derrumbe de los valores a partir de los principios neoliberales en los que se encuentra instalada la sociedad de brasileña. El resultado: Un boicot a la película por parte de las instituciones que tuvo como consecuencia que no fuera la representante oficial para los Oscar como película de habla no inglesa. 

“Fue una venganza política”, nos cuenta Kleber Mendoça Filho. “Brasil se encuentra ahora muy dividido. O eres de derechas o eres de izquierdas. También está ocurriendo ahora en Estados Unidos con Trump: o estás con él, o contra él. En mi país no es que exista la censura. Hay libertad de expresión, pero qué casualidad que cuando alguien se manifiesta en contra del gobierno, comienzan los vetos y las presiones. Tienen una mentalidad muy provinciana, y nuestra protesta en el festival de Cannes supuso para ellos una vergüenza pública, como si no fuera ya vergonzosa la crisis política y antidemocrática por la que estamos atravesando”.


Película con alboroto 

Pero, ¿qué les molestó tanto de la película? El director lo tiene claro: Presenta a un personaje de mujer fuerte, luchadora, capaz de plantar cara ante lo que cree que no es justo y que se siente libre en medio de un mundo que se desmorona. Se trata de un personaje que constituye en sí mismo un gesto de rebeldía, de dignidad, y la película se inunda y contagia de ese acto de resistencia a través de la pétrea determinación de Doña Clara a la hora de negarse a plegarse a los designios de una empresa inmobiliaria que se encarga de intimidarla hasta la extenuación para que abandone su casa en un edificio donde pretenden construir un proyecto urbanístico. 

Estamos ante una película de corte social, pero a Kleber Mendoça Filho no le gusta esa etiqueta y su intención desde el principio fue alejarse de ella a través de un estilo mucho más refinado que se aleje del realismo convencional. “No me gustan los clichés del cine social, la cámara en mano. Por eso filmé Doña Clara como si fuera una película norteamericana de los años setenta, y a Sonia Braga como si se tratara de una Anna Magnani contemporánea”. En efecto, se trata de cine de lucha y reivindicación, pero desde una óptica sensible y alejada de estereotipos y adoctrinamientos. Quizás por esa razón, Doña Clara conserva un aroma de autenticidad que la hace única, trascendente y luminosa. 

Nos adentramos en la vida de una mujer a través de un retrato en clave íntima que nos acerca a su verdadera esencia, a su lucha primero contra el cáncer, y más tarde a su voluntad de tomar decisiones desde la más absoluta integridad. Accedemos a su pequeño microcosmos a través de diferentes etapas, pero sobre todo nos instalamos en su edad madura, cuando parece haber encontrado la paz después de atravesar un horror, el de la enfermedad, que la cámara nunca se atreverá a mostrar. Es como si todas las penurias que tuvo que sufrir en el pasado, la hubieran endurecido hasta el punto no permitir plegarse ante los designios de nadie más, ni de su familia y sus hijos, y por supuesto tampoco de esos agentes externos que se afanan por desestabilizarla. “Creo que cuando alguien dice no, se convierte en un acto político”. 

Entre lo viejo y lo nuevo

Doña Clara también plantea un discurso entre lo viejo y lo nuevo, instalándose en muchos momentos en una profunda nostalgia y melancolía. Hay una dialéctica constante entre el pasado y el presente, entre las diferentes generaciones para constatar el derrumbe de los sueños y la indefensión frente a la realidad. Todo lo que tiene que ver con el espacio que ocupa la protagonista, su apartamento, adquiere una importancia crucial. Al fin y al cabo, el lugar que habitamos, donde echamos nuestras raíces, termina por contener parte de nuestra esencia. Por eso los objetos, los muebles, las colecciones de libros y discos, dicen mucho de nosotros, de lo que somos y de lo que hemos vivido, de nuestra verdadera identidad. Doña Clara tiene en ese sentido su pequeño archivo vital contenido entre las paredes de su casa. Por eso se niega a renunciar a él. Porque son sus recuerdos, también su legado, porque muestra quién fue y en quién se ha convertido ahora. 

Kleber Mendoça Filho capta cada uno de los movimientos de su personaje desde la libertad. Deja que fluya a su antojo, nos la muestra en algunos momentos de enorme fragilidad para después sorprendernos con algún acto de verdadera potencia expresiva. Quizás, los mejores momentos de la película son aquellos en los que seguimos los movimientos de Doña Clara, aunque éstos no contengan ningún carácter narrativo. La vemos bailar en la soledad de su piso con esas canciones que tanto le gustan, mirando al infinito sumida en sus pensamientos, anhelando cariño, yendo a la playa o buscando sexo. Esos pequeños instantes contienen toda la grandeza de una película emocionante y sincera que cuenta además con una de las grandes interpretaciones del año, la de una Sonia Braga que emerge de sus cenizas para demostrar el esplendor de su madurez. A Kleber Mendoça Filho le sorprende la personalidad con la que la actriz inundó a su personaje. Le gusta que aparente la edad que tiene, porque cree que el cine retrata a las mujeres de una manera errónea, y que solo se pueden mostrar atractivas desde los 18 a los 30. “La sexualidad que me interesa contar es la real. No se quiere mostrar porque el cine convencional está lleno de tabúes y yo quería romper con esos clichés y mostrar que es algo normal y sano, ya seas un adolescente o tengas sesenta años. El cine es machista porque el mundo también lo es. Y hay que seguir luchando para cambiar eso”. 



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