VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Periodismo en picado

25/01/2017 - 

Comenzó la semana con el estrépito del cierre de La Verdad, una cabecera histórica que se hizo trizas en cuanto sus propietarios decidieron lanzarla por la ventana de los balances comerciales. Decía un compañero de andanzas que su padre, empresario, era incapaz de entender cómo funcionaba un periódico. Es uno de los encantos del periodismo. Y también su mayor perdición. Anda el oficio sin brújula, se evapora la clientela entre la neblina líquida de los nuevos soportes y cada vez que se reúne un consejo de administración, se cobra un par de tordos. O decenas de trabajadores. Será que los periodistas, seres con el ego fruncido que creemos ser al mismo tiempo el huevo y la gallina, no nos sabemos explicar bien. O no sabemos transmitir que nuestro deber de existir corresponde, en realidad, a un derecho de la ciudadanía. Y mientras, nuestra cotización es la de un billete del Monopoly.

Cae La Verdad, una leyenda. Y origina un agujero negro en nuestra alma y en la cara de nuestros quiosqueros, que ayer calibraban el hueco que les había quedado libre en los expositores y se palpaban el cuerpo después de cada venta, para comprobar si aún seguían ahí. Da la sensación de que este oficio ha cruzado el espejo, como Alicia, y no encuentra más que duelos y quebrantos. Sin duda, el cierre de un diario resta credibilidad y pluralidad a toda una sociedad. Sin duda, suma zozobra entre todos los compañeros que, desde el lunes, han perdido el paso, el sustento y la fe. Lo que no está tan claro, en este caso, es que se resienta la Democracia, como repitió el lunes en su entrañable comunicado la Asociación de la Prensa de Alicante (APA), esa entidad que se encarga de denunciar las cosas que ocurren cuando ya han sucedido, como un semanario de los de antes. No, con La Verdad no pierde la Democracia, pierden los periodistas y los lectores. Y pierde esta ciudad tan acostumbrada a perder.

Y ya. A partir de ahora nos callaremos como hacemos siempre. Somos una profesión destinada a destapar las miserias de los demás, pero las nuestras no nos generan más que pequeños sobresaltos que duran lo que dura un diario. Al día siguiente usamos el espanto y el dolor para envolver merluzas o repintar el salón. No habrá huelgas, no habrá protestas, no habrá denuncias por la precariedad de nuestros empleos. No lamentaremos nuestra incapacidad de poner un buen titular a un trabajo vocacional que no sabe de cifras. Probablemente, dure más el estupor que genera el gabinete de Trump, ahora que ya sabemos que el magnate y presidente ha leído 1984 de atrás hacia adelante. No nos quejaremos de las ruedas de prensa con plasma y sin preguntas, no combatiremos la posverdad, no buscaremos opciones a la publicidad institucional, no resolveremos nuestros enigmas, no regañaremos a quien colabora sin cobrar, no demandaremos a quien trata de pagar con trucos de prestidigitador, no desenmascararemos a quien envía a los redactores con libreta y cámara de fotos. Nunca revelaremos nuestros secretos más turbios. Somos así. Cae La Verdad, lloramos de nostalgia, nos condolemos de la situación de nuestros compañeros y agachamos la cabeza para no ser los siguientes. El hechizo de contar una historia nueva cada día es lo que nos mantiene vivos, aunque a veces nos conduzca a creernos nuestras propias mentiras. Y seguimos cayendo.

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