el muro / OPINIÓN

Valencia, capital Pekín

En los últimos años nos hemos quedado sin bancos propios, televisión autonómica, equipo de fútbol, terminal de contenedores y nuestra deuda está repartida. Ahora los bazares comienzan a llegar al centro de Valencia. Somos globales. Más bien, continuamos de saldo

13/08/2017 - 

Hay que ver lo estupendos y finos que algunos nos hemos puesto  al conocer que un bazar chino ha abierto sus puertas en plena Milla de Oro. Con lo solidarios que estábamos con todo eso de la Ruta de la Seda y las celebraciones que nos esperan de la mano de tanto sabio, y lo suspicaces y cotillas que algunos nos hemos puesto al conocer la 'noticia'.  

Todos tenemos en la actualidad algo de chinos en nuestro interior y, sobre todo, en nuestras residencias. Desde hace tiempo formamos y forman parte de nuestra cultura, dieta y economía. Así que, a nadie debería de extrañar que en aquellos metros en los que hace unos años se vendían productos de altísimo lujo fabricados en paraísos asiáticos gracias a una mano de obra barata hayan dado ahora con el epicentro de nuestro propio lujo para ampliar mercado. Es un aviso.

No sé de qué nos quejamos, ni extrañamos. Su economía posee gran parte de nuestra deuda pública, que es incontrolable; buena parte de nuestros polígonos industriales es de propiedad oriental; casi 'compran' los fondos del IVAM o se los lleva prestados uno de sus magnates más turbios para su palacete de Madrid. Además, existe en Valencia un barrio al alza -Jerusalén- donde el comercio chino está creciendo a la carrera desde la más absoluta discreción  y acabamos de venderles un 51% de nuestra terminal de contenedores del Puerto de Valencia. Y eso sin entrar a valorar de quién es el club de fútbol señera de nuestra Comunitat. Por no seguir ni aburrir con el tema de las patronales del calzado y las pymes que han ido cayendo frente a una economía imparable y de imposible competencia.

Estos chinos sí son auténticos comerciantes, como nos recuerda su historia, y sobre todo grandes e incansables trabajadores. Están en la línea de Fátima Báñez, la ministra de Empleo sin empleo conocido y pregonera de la precariedad. Nosotros nos quejamos del calor pero compramos abanicos a precio simbólico, que es lo que nos va, aunque se desmonten al segundo movimiento circular.

La comunidad china es trabajadora como pocas, excesivamente diría. Y también, muy discreta. Mira hasta el céntimo y no fía. Siempre sonríe, aunque ya un poco menos. Ha descubierto que el carácter latino es como para dejarlo correr. Mucha paella y fiesta, pero no siempre máxima productividad.

Su comunidad está en una segunda generación. Habla perfecto castellano. En mi barrio gestionan la gran mayoría de bares en los que sirven y cocinan autóctonos o inmigrantes latinoamericanos. Estoy rodeado de bazares. No me puedo quejar. Los tengo abiertos toda la semana para lo que haga falta. A cualquier hora. Ahora le vendrá muy bien a los residentes y trabajadores del entorno de Poeta Querol si no se ponen muy finos.

Lo realmente interesante no es sólo pensar si un bazar -por cierto, el primero de ellos se estableció en María Cristina a finales de los sesenta y las tiendas de ropa y menudeo de San Vicente ya copan el entorno- abre sus puertas en pleno centro de Valencia, en el elitista espacio de firmas de lujo abiertas al albur de la Copa del América y el poder derrotado. Lo sustancial es analizar por qué todas esas firmas han terminado eclipsadas y el supuesto turismo de lujo que nos quisieron vender con la inversión velera fue un bluf que no se supo manejar ni desarrollar por todos esos gurús pagados por la Administración, afines al compadreo y amantes de la fiesta, la ropa y los complementos de marca. Con descuento o regalados para marcar tendencia. No se supo mantener el nivel. O es que no había ni realmente se le esperaba. Por eso huyeron las grandes marcas.

Fue cierto desastre la gestión posterior de un evento ya no pensando como motor de una nueva economía de ciudad o de referencia turística sino como un simple negocio que diera rédito electoral a los gobernantes casuales bajo el pago de un millonario canon, aunque nos quisieran dar a entender que Valencia había ganado la designación por sus virtudes. Eso es lo realmente interesante de analizar, por qué Valencia no se sostuvo en las alturas del lujo parroquial con lo fácil que resultó en su día a nuestros gobernantes soltar billetes y vender mensajes subliminales. Algunos aún nos quieren vender teoría.

mientras se trate de economía y formemos parte del libre mercado nadie debería asustarse, simplemente salir de la amnesia mental y la paletada momentánea

Todos los que ahora nos ponemos estupendos y finos, si diéramos una vuelta por el mundo comprobaríamos cómo las comunidades y la diversidad cultural crecen en barrios y espacios logísticos; en unos casos para bien y en otros para mal, como los suburbios en Francia, Inglaterra, Alemania o Bélgica que nos han dejado durante el último año un buen número de terribles recuerdos. Pero mientras se trate de economía y formemos parte del libre mercado nadie debería asustarse, simplemente salir de la amnesia mental y la paletada momentánea.

Decía lo de la Copa del América porque no fue simplemente un fiasco o un negocio ad hoc sino porque, sin ir más lejos y debido a la nefasta gestión del evento, el Estado aún nos persigue para que paguemos lo que debemos como sociedad civil. Así que ha decidido embargar los ingresos a la Marina para cobrar una deuda de 300 millones con Hacienda. Ahí es nada. Eso sí es serio. No lo es que un espacio se convierta en bazar mientras abone su alquiler, que no bajará de los 5.000 euros por lo que muchas botellas del desengrasante Kiriko tendrá que vender. ¿Alguien se cree realmente que los gobiernos gestionan en pro de los intereses de los ciudadanos o simplemente lo hacen en función de sus intereses políticos momentáneos? Nada. Más impuestos.

Otra cosa es la calidad de sus productos que, por lo general, dejan muchísimo que desear, pero sí buenos márgenes. Pero para algo nos hemos convertido en asiduos de sus estanterías sin imaginar que eso podía suponer acabar con el comercio de proximidad o el pequeño negocio familiar castigado y asfixiado por tributos, impuestos, tasas… En eso sí que no jugamos en las mismas condiciones y las ventajas son un interrogante, pero para algo nos han prestado lo que no teníamos.

Por cierto, a ver quién conoce dónde queda una droguería en condiciones, una pequeña tienda de electricidad o una simple papelería que no pertenezca a una red de franquicias. Por no hablar de quién controla en la actualidad las pequeñas tiendas de frutas y verduras al margen de los mercados municipales, que ya disponen de su propia central de compras, distribución, marketing y política unitaria de precios.  

Esta 'burguesía' tan chic en la que nos hemos convertido se escandaliza de cualquier cosa. El error fue bautizarla Milla de Oro. Y aún peor, creer de su realidad sin más. Nos salva continuar convencidos de ser divinos de la muerte.

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