vals para hormigas / OPINIÓN

Camps, más ficticio que real

10/05/2017 - 

Sigo atento las crónicas de Marta Gozalbo sobre la comisión de investigación de Ciegsa y, por primera vez, me detecto cierta sensación de tristeza. Nunca he tenido muy claro a qué autor se le podría haber ocurrido un personaje como Francisco Camps, pero lo que está claro es que es más ficticio que real. Con él he pasado por todos los estados posibles, desde la indignación hasta el asombro, desde la irritación hasta la carcajada. Y reconozco que me resulta fascinante,como un flamenco rosa de escayola en el despacho de un arzobispo. Ahora que no ostenta ningún cargo, ahora que por fin juega a los castillos de arena en la playa y no en la planta noble de la Generalitat, estudiar sus movimientos tiene algo de entomológico, de documental de la National Geographic sobre el último ejemplar de una especie australiana, de reportaje sobre el último sastre de Saville Road, de horas muertas frente a una mosca que golpea una y otra vez la misma ventana sin encontrar la salida. Ahora que ha perdido el mando, podemos asistir tranquilos a su pérdida de rumbo. Ya no nos afecta su desvarío. Y precisamente ahora es cuando me ha generado una profunda tristeza.

No lamento nada que le pueda ocurrir en su trayecto judicial, por supuesto. La melancolía me invade al constatar que alguien como él ha podido estar al frente de nuestras operaciones. Es más, que dejando de lado su particular universo de franciscano gótico que ve un demonio en cada reverberación de una vela, probablemente tiene mejor empaque y desparpajo político que cualquiera de los que le han sustituido al frente del PPCV y de casi todos los que representan a cualquier otro partido. No sé en qué momento merecimos a alguien como Camps. No sé en qué momento soñó como soñaban los profetas bíblicos y los emperadores antes de serlo. No sé cuándo se sintió ungido, cuándo decidió convertirse en un quijote de tercera división, cuándo trotó por primera vez por la Albufera convencido de que era un unicornio. No sé cuándo creyó oír que le susurraban al oído que era el césar ni cuándo decidió protagonizar la Anunciación. Pero, desde luego, alguna de las bisagras de su tiempo se desencuadernó y ninguno supimos pararlo a tiempo, ni los que le votaron ni los que no. Y fue entonces cuando nos merecimos su mesianismo y la mediocridad posterior.

El pasado lunes respondió ante la comisión como el típico granjero americano al que le pisan el sembrado, a escopetazos. Demostró que no ha perdido la puntería, sigue siendo un francotirador hasta arriba de trankimazin para no desperdiciar una bala. Pero también demostró la Ley de la Relatividad de Einstein, ya que su tiempo y su espacio aún están fuera de nuestra comprensión. No hay nada en lo que declaró sobre las presuntas adjudicaciones y comisiones ilegales, sobre las presuntas mordidas a costa de generaciones de estudiantes, sobre los presuntos y multimillonarios sobrecostes de la empresa pública creada para construir colegios, que pudiera enmarcarse dentro de los límites de la realidad. No estoy seguro de que mintiera, que también es posible, me atrevo a pensar que tan solo describió cómo funcionan las cosas en su propia dimensión. Que sospecha que no tiene la culpa de que lo hayan dibujado así. Fue al leer sus declaraciones cuando me asaltó la tristeza. Al sentir que no supimos encontrar ningún precedente que nos ayudara a frenarlo. Ni siquiera en la literatura de ciencia ficción.

 @Faroimpostor

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