vals para hormigas / OPINIÓN

Desde la atalaya

15/04/2020 - 

Vivimos un drama que empezó en el segundo acto. O, como mínimo, cuyo arranque apenas constaba de unas líneas. Un extraño virus se expande desde China, un país que para los occidentales es tan remoto como Marte. Nadie quiso o supo ponerse en lo peor y, de repente, ya estábamos todos confinados en casa. Impotentes. A merced de las decisiones de expertos y políticos de todos los colores, lo cual no siempre garantiza una correcta resolución. En un momento determinado, comprendimos que el telón se estaba alzando y que todos formábamos parte de la función. Todos fuera de escena. Sin líneas de diálogo a nuestro alcance. Sin instrucciones, sin guía, sin referencias. Con la única posibilidad de estar en el lado de los que sirven para algo o en el de los que tratamos de servir para cualquier cosa. Con la única certeza de que crece el número de muertos a nuestro alrededor y de que nadie es inmune al contagio.

Un mes después, solo sabemos que estamos en el segundo acto. Y que se está haciendo demasiado largo. Asistimos cada día al espectáculo de una gráfica, que tratamos de doblar como si fuera una cuchara y nosotros, Uri Geller. No es fácil asumir que lo único que puede hacer la mayoría de la población para aplanar la curva es quedarse quieta y aislada. Somos protagonistas y atrezo, al mismo tiempo. No hay manera de entenderlo. Pero nos amoldamos, superamos día a día, nos irritamos, nos ayudamos, nos deprimimos, nos enfervorizamos, nos asustamos y sacamos fuerzas de donde no las hay. Seguramente a destiempo, porque no hay dirección de actores y el guion se escribe casi cinco minutos después de que nos toque representarlo. A todos. A los que estamos a un lado y a los de enfrente. A los que tienen voz y a los que tenemos voto. A los que nos gusta lo que dicen y a los que odiamos lo que hacen.

De repente, el segundo acto comienza a anticipar lo que va a pasar en el tercero. Es la situación en la que ahora nos encontramos. Es pura necesidad. No sabemos por qué estamos maniatados, pero sabemos que en algún momento nos liberaremos de las correas. Falta saber cuánto durará el desenlace. Si se acelerará como en las malas comedias o si durará en una temporada desdoblada como las series de televisión del siglo XXI. Dado que desconocemos quién nos ha enrolado en este drama, al menos queremos que termine bien. Con una salida ordenada y definitiva del escenario. Un mutis por el foro que desemboque en una tremenda ovación. Sabemos que no contamos para ello con ningún Shakespeare, pero al menos necesitamos que nos aseguren que nuestro destino no está en manos de ningún comicastro de tercera con faltas de ortografía y errores de concordancia. Habrá que confiar en el sentido común y ejercitar la paciencia. Y cuando todo se resuelva, indagar cómo se desencadenó el primer acto.

Una de las mejores canciones de Bob Dylan, All along the watchtower, empieza en la segunda estrofa. Acaba con la primera. Y no por eso deja de ser perfecta.

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