VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

El blindaje de la Constitución

6/12/2017 - 

La Constitución española es larga, compleja y huele a pan, a tinta y a humo de Ducados. Es el relato taquigrafiado de una derrota, porque solo de las derrotas nacen los consensos. Nadie se impuso por completo, todos transigieron, de una u otra forma. Y su proclamación debió de sonar como un portazo, como el último redoble del salto sin red, como el dispositivo que activa las luces del cine, al final de la película. Blam, se acabó el pasado. Blam, tenemos futuro. Y tanto entonces como ahora nos equivocamos, porque la Constitución no es pasado ni futuro, sino la fe ciega en un presente continuo, fijo e inamovible. Servía tanto en 1978 como servirá el año que viene, cuando alcance la cuarentena, que no es más que la adolescencia de las constituciones robustas. Es quizá este encofrado de reglas su mayor virtud. Es, sin duda, su mayor debilidad.

Somos el pueblo que necesita cientos de leyes, artículos y disposiciones para poder vivir en paz. Tenemos la Constitución que nos merecemos. Que no está hecha para adaptarse, sino para que no nos desmandemos. Y, pese a todo, necesitamos que la interprete un Tribunal Constitucional. Con una redacción más escueta, todo sería más sencillo. No robar significa no llevarse las gallinas del corral del vecino, ni meter la mano en el cepillo de la iglesia, ni esconder las ganancias lejos de los dominios de Hacienda. Pero también significa no apropiarse de los códigos de un teléfono móvil para distribuir fotografías privadas de su propietario. Por poner de ejemplo algo que no existía en 1978. Hace cuatro décadas no importaba dar la Corona a un heredero varón, de hecho, ni siquiera surgió el debate de reimplantar la monarquía. Tampoco estaba limitado el techo de gasto porque jamás pensamos que acabaríamos sometidos al rigor externo. Ni podíamos navegar por internet. Hace cuatro décadas no se cuestionaba la tauromaquia, ni el estado de las autonomías, ni la desigualdad entre géneros, ni el artículo 155, que no es que no lo hubiéramos leído, es que ni siquiera supimos traspasar el umbral del preámbulo. Simplemente, bastó con esconder las vidas, las muertes y los trastos viejos. Y respirar por escrito y por decreto el aire recién ventilado de la democracia.

Pero el presente nunca es perfecto. Y la Constitución, al igual que todas las constituciones, garantiza una sociedad encerrada en un búnker, que no crece, que no evoluciona, que no progresa, que no tiene por qué pensar porque ya tiene las fronteras delimitadas con la tiza de los pactos y el frufrú de los tribunales. Hoy celebramos que la Constitución española cumple 39 años. Y, sobre todo, celebramos que lo mismo podría soplar cuarenta que cuatrocientas velas, porque es como la casa de tercer cerdito y no basta el soplido huracanado de un lobo feroz para abatirla. Celebramos también que esté tan mal visto cuestionarla como hace diez años lo estaba sacar las banderas al sol. Y, sin embargo, tendríamos que darnos cuenta de que nuestro presente no es el mismo que el de hace cuarenta años. Tampoco que el de ayer. Y que hasta las catedrales necesitan una mano de pintura, de vez en cuando, para que no sucumban a la peste de los relojes.

@Faroimpostor

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