la tribuna del politólogo / OPINIÓN

La bendita irracionalidad del fútbol

10/04/2017 - 

Confieso que para escribir este artículo he tenido que encontrar un difícil equilibrio entre mi parte racional y emocional. Siempre procuro regir mis opiniones por la primera. Pero no podemos nunca permitirnos perder la segunda, pues seríamos simples robots.

Esta semana todos los herculanos hemos vivido una situación muy angustiosa. Algunos daban a nuestro casi centenario club ya por desaparecido.

Aunque Alicante Plaza cuenta con un excelente grupo de periodistas y articulistas deportivos que ya han tratado fantásticamente este tema, quiero llevármelo también a mi terreno de la política, para así hacer una reflexión sobre la (a veces tan cuestionable) relación entre los equipos futbolísticos y los poderes públicos.

De todos es sabido que los clubs de fútbol en España disfrutan de un régimen tributario muy privilegiado. A veces, diría que solo comparable al de algún que otro miembro de la familia real.

Parece que sus deudas pesan menos, y siempre (o casi) se encuentran extrañas soluciones a última hora que acaban salvando la entidad de la desaparición.

La explicación es sencilla. Es evidente que ningún político quiere que el equipo de su ciudad desaparezca en su legislatura. No creo que la culpa de la delicadísima situación actual del Hércules sea de Puig, Echávarri ni del tripartito. Más bien, si tengo que buscar culpables políticos, miraría hacia la bancada del PP. No obstante, si el Hércules desapareciera, Echávarri sería siempre el alcalde que no lo logró evitar. Sería injusto. Pero sería así. Y él lo sabe.

Por eso los políticos ponen tantos esfuerzos en encontrar una solución con los acreedores o Hacienda. Llevamos muchos años siendo testigos de la presión política en el mundo del fútbol. Hasta el punto de que algunos ayuntamientos han acabado siendo dueños de los propios clubs.

Evidentemente esto es muy irregular. El dinero público no está para rescatar sociedades privadas. El PP valenciano cruzó esta línea durante años, por ejemplo con el famoso préstamo de 18 millones de euros al Hércules. Desgraciadamente, no es el único caso. También ocurrió con el Valencia y Elche.

Los tiempos han cambiado y los políticos también. Ya no existe la impunidad popular de antaño. Nuestro alcalde y nuestro president siempre han prometido no invertir en una sociedad anónima. Y mi parte racional me grita que esto debe ser así.

No obstante, cuando los tiempos de salvar desastrosas  gestiones deportivas con dinero público se acabaron, se pusieron de moda otros mecanismos. Leyes concursales, renegociaciones de convenios, compras fantasma de estadios, etc. Sistemas todos ellos de los que se ha abusado mucho en España. De hecho, el Hércules creo que puede apuntárselos todos a su currículum.

Como herculano detesto todo lo que la directiva ha hecho a mi equipo en los últimos 20 años. Me han hecho sentirme avergonzado por más cosas de las que puedo recordar (deudas millonarias, ayudas públicas ilegales, compras de partidos, reformas fantasmas, fichajes irregulares, etc). Algunas se han demostrado y otras no. Pero ningún juez puede borrarme el bochorno.

Pero tampoco me olvido de aquellos políticos que siempre han avalado o hasta encubierto estas acciones. Para mi el PP valenciano es exactamente igual de culpable, y aún me cuesta entender cómo no se les cae la cara de vergüenza cuando les oigo dar lecciones sobre este asunto, o simplemente hablar del Hércules.

Pero no me quiero ir del tema. No voy a evadir más la temida pregunta que honestamente tenemos que hacernos. ¿Los equipos de fútbol deben desaparecer? ¿El Hércules debe desaparecer?

Mi parte racional es capaz de encontrar alguna razón para decirme que no. Realmente, si los clubs desaparecen, es aún más complicado cobrar las deudas. Si el Hércules dice adiós, los valencianos quizás ya nunca recuperemos aquellos 18 millones.

No obstante, hay cosas muy difíciles de ignorar. Sobre todo la desigualdad de trato. Es inconcebible que tantas pymes hayan acabado en la quiebra crujidas por Hacienda, mientras que el Salamanca sea apenas el único club profesional desaparecido en España.

Pero aquí entra mi parte emocional. La que me recuerda que un club de fútbol no es una empresa más. La que incluso se cree esas declaraciones de Juan Carlos Ramírez acerca de que "esta semana ha ocurrido algo grande". La que no se atreve a protestar o llevar una pancarta contra Enrique Ortiz no se vaya a enfadar y deje al equipo tirado. Y la misma que agradece de corazón  todos los esfuerzos de Echávarri en este tema, casi más que en ningún otro.

Ya sé que las personas que no les gusta el fútbol difícilmente lo comprenderán. Pero les animo a que vayan a un partido, y que luego me digan que otra empresa conocen que tenga miles de clientes que estén dispuesta a amarla tanto.

Es innegable. El fútbol es algo especial. Como diría aquel "es lo más importante dentro de las cosas que no son importantes". Quien no sea capaz de verlo, no está entendiendo todo el tema en todas sus dimensiones. Las razones son importantes. Las emociones son lo que nos convierten en personas.

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