tribuna libre / OPINIÓN

Leyenda Dorada

10/08/2019 - 

Entre las muchas cosas que un hermano mayor puede aprender del pequeño, nunca en mi caso pensé que Hèctor me arrastraría a «les seues deries marianes», como calificó Marinela García Sempere, directora de la tesis, su pasión estremecedora. Precisamente mi ayuda para la maquetación de aquel gran trabajo, sobre la edición crítica de los incunables catalanes de la Legenda aurea de Jacobus de Voragine, que me pidió hace ya unos años, cuando la defendió en la Universitat d’Alacant, me facilitó el acceso para escuadriñar algunas vidas de santos, las sorprendentes peripecias de algunas de las cuales había contado en casa y entre amigos mientras preparaba el estudio del ‘Flos sanctorum’ romançat, «compendi de saviesa teològica i hagiogràfic d’una gran maduresa intel·lectual» y fuente indiscutible de la Festa d’Elx.

Por eso, desde que me enteré el año pasado, tenía especial curiosidad por el proyecto cinematográfico que Chema García Ibarra y Ion de Sosa iban a emprender bajo el nombre de Leyenda dorada, la película de dos directores, fascinados por el Misteri d’Elx −todo hay que decirlo−, que habían desvelado en sus películas la sombra fantástica que proyecta cualquier acto cotidiano, uno desde un acercamiento a la perpetuación de unas costumbres, y el otro, desde una mirada al condicionamiento de unos paisajes. Cómo aunar la cultura popular de Misterio con la fastamagoría futurista de Sueñan los androides era un estímulo para este espectador. La terraza del chiringuito de una piscina de algún lugar del interior del país no parece el lugar más adecuado, a simple vista, para situar una historia cuyo título remite a la narración de milagros y hechos maravillosos que cuajaban los datos biográficos de los santos que debían demostrar su virtud, cristiana en ese caso, no solamente a través de la profesión de la fe y el martirio de fin mortal. La santidad debía estar sancionada por las maravillas que fuera capaz de ejecutar en su vida.

Los milagros, creo recordar, no se explicaban por un poder personal del santo en cuestión, sino que obedecían a una intervención divina, extraterrenal. El santo era una especie de mediador de un poder superior, sobrenatural. Voragine, que se dedicó a la labor de lector dentro de la orden de Predicadores a la que servía, recogió la tradición que se dio a partir del siglo X para utilizarla como herramienta de instrucción cristiana. La hagiografía cambió durante los siglos XII y XIII su tendencia a presentar la heroicidad del santo priorizando el carácter ejemplarizante de su comportamiento sin abandonar justificaciones de índole fantástica, en las que Voragine se prodiga. Su obra, anterior a 1264, como dedicaba algunos capítulos a las festividades del Señor y la Virgen María, tuvo un éxito tan rápido que antes de acabar el siglo XIII ya se había traducido al catalán, extendiendo su área de influencia bajo la Corona de Aragón.

Buñuel, que fue un gran conocedor de la Leyenda Dorada a través de las lecturas de Lorca en la Residencia de Estudiantes de Madrid que se plasmaron en su versión de la vida de Simeón el Estilita para Simón del desierto (1965), parece que está en el origen de la película de García Ibarra y de Sosa. La influencia buñueliana no es baladí, su particular impronta sobre un cine de gesta santificadora no caló como merecía. Ya nos advirtió Borges que creía en la teología como la perfección del género fantástico. Y así lo reconocen los cineastas que explican la salvación de un joven que sufre un fatídico corte de digestión en la hora en la que nadie parece estar atento a su alrededor. Parece. La bondad de un desconocido de la piscina, sugestionado por una mujer virginal, obrará el milagro, que el resto de bañistas aceptarán con naturalidad, continuando a refresco en la tarde veraniega.

Al igual que Voragine, los cineastas acusan una escritura ingenua y sencilla, llevados también por una excesiva credulidad, tal como han dictaminado los estudiosos sobre el autor nacido en Varazze. Eso colaboraría a que las vidas de santos se convirtieran, como me corrobora la lectura del trabajo de mi hermano Hèctor, en la expresión de una devoción popular en torno al cristianismo. En ese contenedor de devociones populares que es una piscina (la ingesta de los platos combinados, la sobremesa de verano y la siesta, las viejas que vencen al tiempo cantando canciones típicas, las adolescentes que superan el tedio jugando a la ouija), los cineastas han construido una historia como si se tratara de un capítulo del libro de Voragine, pero sin remarcar o subrayar la importancia del personaje.

Al igual que algunos pasajes de la Leyenda Dorada se tradujeron a las formas del teatro medieval, es interesante comprobar cómo se traslada ahora a una película rodada en 16 mm.  El espectador, como los participantes en ese de día de piscina, no sabe a qué se enfrenta. La película se abre con una introducción para mostrar las características que pueden definir al posible santo; a continuación, a falta de una vida concreta, episodios de vidas, de las vidas que confluyen en aquel espacio de luz de agosto; y por último, el hecho, no sabemos si post mortem, que certifica la mediación fantástica de un ser sobrenatural a través de una acción extraordinaria, que es integrada sin afectación en el orden natural de las cosas. La diferencia es que aquí no se busca la complacencia de unos devotos. O sí, los de de un cine creado con absoluta libertad y alcance intelectual por unos auténticos renovadores de un género en desuso.

*'Leyenda dorada' de Ion de Sosa y Chema García Ibarra participará en la sección Zabaltegi Tabakalera del Festival Internacional de San Sebastián que se celebrará entre el 20 y 28 de septiembre de 2019

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