del derecho y del revés / OPINIÓN

O calvo, o dos pelucas

31/07/2020 - 

Es verano, finales del mes de julio, y la realidad hace tiempo que superó con creces a la ficción y nos pegó una sacudida bestial. Somos los mismos que antes de que comenzara este peculiar año, pero diferentes. Ya hemos tomado conciencia de que todo el montaje que supone nuestra vida se puede desmontar, como un castillo de naipes, en cuestión de segundos. Y de que no somos inmortales. 

Algo es algo, porque de paso también hemos aprendido a valorar las cosas verdaderamente importantes, aunque siempre haya excepciones que confirmen la regla. Muchos pretenden hacer como si nada, ignorando lo sucedido, como si tal cosa fuera posible. Pero no lo es, a decir verdad, porque ya nada será igual que antes, cuando nos abrazábamos y tocábamos sin parar los unos a los otros, sin apenas darnos cuenta. Claro que cuando estamos en compañía de otros inevitablemente acabamos relajándonos y acercándonos, lo que va contra las consignas que nos llegan desde arriba. 

En este sentido, hay que ver cómo han cambiado los discursos desde que empezó la pandemia. Al principio parecía que daba todo igual, y decían que no hacían falta las mascarillas, mientras que ahora te multan si no la llevas, pero no me convence ni una cosa ni la otra: ni D. Juan ni Juanillo. En su momento, los que salíamos en acto de valentía con improvisadas mascarillas caseras, fabricadas con servilletas de papel, grapas y gomas elásticas, lo hacíamos porque no nos tragábamos que no hiciera falta ponérselas, cuando nos teníamos que aventurar por el supermercado lleno de gente. Y ahora desconfiamos de la obligatoriedad de llevarlas, en cualquier momento y circunstancia, sin discriminar distancias ni entornos en ello. Me parece una auténtica tomadura de pelo tener que llevarla cuando no hay gente alrededor, por el mero hecho de poner un pie en la calle. Para mí que en estas medidas subyacen otros intereses, no únicamente relativos a la salud pública. Dicho más claro, las mascarillas ahora son un negociazo. Afortunadamente, aunque estamos en una situación de muchos contagios desde el punto de vista sanitario la situación está controlada. Esperemos que las cosas sigan así. La prevención está en nuestra capacidad de identificar y aislar a los infectados, lo que nos lleva a la necesidad de realizar test masivos y a realizar la trazabilidad de los contagios.

Los acontecimientos son impactantes y, desde luego, marcan el inicio de un nuevo paradigma. Los que más saben de economía prevén una crisis sin precedentes, pero hay muchos, entre los que me encuentro, que no se acaban de creer las tesis de los agoreros del fin del mundo. Lo que hemos de hacer es adelantarnos a lo que vaya a venir, aunque es posible que ya no nos dé tiempo más que a seguir yendo a la zaga, por mucho que queramos, porque todo avanza demasiado deprisa. Sin embargo, creo firmemente que aún tenemos la oportunidad de salir adelante, pero es preciso ponerse las pilas ya para no perder este tren, que no va a esperar a nadie.

Quién nos lo iba a decir hace nada que el turismo de sol y playa, un maná del que ha vivido gran parte de nuestro país durante décadas, pudiera convertirse en un modelo productivo que tuviera los días contados. Tan de golpe, además. Es un modelo poco elaborado, en el que muchos de los trabajadores tienen poca o nula formación, y que se basa en la bondad de los recursos naturales a nuestra disposición. Por el turismo de calidad aquí apenas se ha apostado, seamos sinceros. Hemos ido a lo fácil. 

Ahora necesitamos cambiar urgentemente el chip y diversificar buena parte de nuestra actividad económica, si pretendemos evitar se engullidos por la corriente y desaparecer. Tenemos que montar con urgencia industrias, especialmente de base tecnológica, hacerlas crecer y conseguir que sean competitivas en los mercados internacionales ya. Somos capaces de hacerlo, pero necesitamos, aparte de tener fe en nosotros mismos, ponernos a ello, sin esperar que a papá-Estado venga a sacarnos las castañas del fuego. Y, para ello, debemos dejar aparte nuestro individualismo innato y ese cierto sentimiento de autocompasión a lo Calimero, que nos acompaña permanentemente. A ver si, tras los días de agosto en el que con este calor poco vamos a poder trabajar y que esperemos sirvan al menos para la reflexión, recuperamos el brío y el ánimo para emprender la ardua a la par que apasionante tarea. No podemos perder ni un segundo. Ánimo.

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