SOLANGE RODRÍGUEZ PAPPE PRESENTA “LA PRIMERA VEZ QUE VI UN FANTASMA” EN 80 MUNDOS

Solange Rodríguez: “Las mujeres hemos sido el gran otro que provoca miedos”

11/03/2019 - 

ALICANTE. Las literaturas hispánicas son una fuente de creación continua, a pesar de que no siempre el flujo entre las diferentes tradiciones literarias tenga el caudal necesario. Dieciocho países americanos cuentan con una producción propia en lengua española, a los que se podría añadir al gran gigante del norte y el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, que cada vez cuenta con una nómina de autores que utilizan esta lengua, o que la entremezclan con el inglés, en diferentes medidas y cócteles. Dieciocho tradiciones literarias con sus propios ecosistemas editoriales y académicos, con sus propias nóminas de escritores y escritoras que no siempre tienen relación entre ellos. ¿Existe una filiación entre la literatura ecuatoriana y la literatura guatemalteca? ¿La hay entre la argentina y la costarricense? A veces tanta, o tan poca, como entre la española y la danesa, o la catalanovalenciana y la finlandesa.

Tener la posibilidad de descubrir voces que nos son desconocidas es una de las funciones de editores como Candaya, empeñados en abrir vías de comunicación entre las literaturas hispánicas de ambos lados del Atlántico. Fruto de ello es la visita de uno de los nombres más sólidos de la literatura ecuatoriana, la guayaquileña Solange Rodríguez Pappe, nacida en 1976, que ha publicado con la editorial catalana, comandada por Olga Martínez y Paco Robles, su noveno libro de relatos, La primera vez que vi un fantasma, una escalofriante colección de terrores íntimos y fantasmagorías de violencia latente, que recorren territorios turísticos evocadores y las brumas indeterminadas de lo espectral.

El próximo martes, 12 de marzo, la autora ocupará el espacio de presentaciones de la librería alicantina 80 Mundos, a las 20:00 horas, junto a Benito García Valero.

¿Todos los fantasmas se ven mirando hacia dentro?

Sí, todos los fantasmas se ven mirando hacia dentro. De hecho, tengo un cuento, que se llama “La encantada”, y que no está en esta colección La primera vez que vi un fantasma, sino en un libro anterior, una autopublicación titulada Levitaciones, que es la historia de una mujer que siempre va cambiándose de habitación y de casa, cada cierto tiempo, porque siempre la persiguen como apariciones, cosas, situaciones, que levitan, fuegos que aparecen. Entonces, el narrador dice: en realidad, lo que ella no sospecha es que las casas no son las encantadas, ella es la encantada. Yo creo que las personas que ven fantasmas, efectivamente creen en ellos, pero la tarea del escritor es la tarea de que aunque tú no creas en ellos, hacértelos ver de alguna forma.

Tu interés por lo fantástico y el miedo, ¿tiene un origen antropológico o puramente literario?

Ha habido un poco de todo. El asunto es que yo soy académica, vengo trabajando teoría del cuento y narratología desde hace mucho tiempo. Soy docente en la Universidad de las Artes de Guayaquil (una universidad pública fundada en 2013 con el objetivo de integrar todas las instituciones de formación artística de Ecuador: literatura, cine, artes plásticas,...), y en ella imparto una materia que se llama Lectura y escritura del relato, donde básicamente lo que hago es estudiar cómo se construyen historias. Parte de las situaciones primeras, mitológicas, el rayo que cae y la gente no sabe cómo explicar, están basadas en lo que dice Lovecraft en su teoría de lo sobrenatural: “el primer miedo de todos es el miedo a lo desconocido”. Así, las vertientes que alimentan mi literatura obviamente son lecturas, pero también son estudios que he tenido que hacer como docente. Y justo hace poco acabo de terminar un prólogo para una antología centroamericana de mujeres que escriben cuentos de miedo, que se llama Mujeres de miedo que cuentan, y por ello he estado leyendo mucho de cómo funcionan los miedos a nivel antropológico. Al final todo trata de enfrentarnos a lo que no conocemos, y ante ello tenemos dos posturas: una es huir de ello y la otra es afrontarlo. Si para nosotros ya es difícil, imagínate cuando los griegos de la época clásica se enfrentaban al mar y allí pensaban que podían haber serpientes, monstruos, temores. Cuando alguien se decidió a cruzar ese mar y comprobó que no había nada de eso, hubo que crear otros temores. Es como en las crónicas de Indias, cuando Colón llegó a América y empezó a reportar “de oídas”, las cosas que le habían dicho, y describió una isla poblada por mujeres llamadas amazonas, que montan a los hombres y después los matan, y de sus semillas paren hijos, y más allá están los caníbales, o los hombres con cabeza de perro. Hay una base antropológica que tiene que ver con el miedo, sí, pero hay otra cosa que creo, y es que a medida que vayamos avanzando, y descubriendo que en la oscuridad no hay nada, seguiremos generando nuevos miedos, como pasa ahora mismo con internet, la deep web, la deep deep web, y así sucesivamente, el miedo a lo desconocido. No importa cuanto vayamos avanzando como civilización, nuestros miedos van tras nosotros.

La antropofagia, el incesto, la violencia infantil… ¿los tabús son una mina literaria para una escritora que desarrolla la psicología de sus personajes desde los terrores íntimos?

Sí, yo me propuse en este libro golpear fuerte. Hay un escritor ecuatoriano, gran amigo mío, Santiago Páez, que siempre da este consejo: golpea con todo lo que tengas, golpea sin temor. Golpear al lector no significa acabar con él, sino sorprenderlo y, una vez que lo has sorprendido, y esto es algo que también tiene que ver con el espíritu de mi literatura, es no crear relatos descarnados, sin esperanza. Creo que los relatos pueden ser nostálgicos y pueden tener el corazón roto, o lastimados, pero no quiero que mis personajes terminen destrozados en un rincón, quiero que haya al menos, en la mitad de la desesperanza a la que están sometidos, algo de aliento.

Formalmente, La primera vez que vi un fantasma, es una colección de voces diversas. ¿Tras qué máscara te encuentras más cómoda?

Creo que tras la voz narrativa femenina, que es la que conozco más. Pero en esta colección he tomado algunos riesgos, hay un par de textos, especialmente el primer cuento, en el que hay un narrador que cambia de género, que incluso cambia de personaje, es un padre, es su hijo, es un ser atropellado, luego no sabemos qué es, porque se encuentra en una especie de limbo. O el relato “La historia incómoda que nos contó Olivia el día de su cumpleaños”, en forma teatral, con un narrador que está dando los parámetros de qué hacer, luego este cuento se montó para una jornada de teatro en Guayaquil, a posteriori vino aquí y se montó en Madrid. Si bien es cierto que la enunciación de la voz femenina se me da cómodo, no quiero que sea completamente confortable.

¿Por qué cuentos, por qué el tono de intensidad del relato? ¿Te tienta la novela?

Sí, bueno, justo ahora mismo… mira, yo no temo hablar de los proyectos en los que ando, como pasa con muchos escritores, porque hablo de ellos y de lo que hablo pasa, jeje, la palabra convoca, mientras la mayoría de los escritores piensan que los dioses de la escritura prefieren permanecer vírgenes, yo creo que mientras más digo, más concreto. Como decía, estoy trabajando en un proyecto de largo aliento, que no sé si va a acabar siendo una novela larguísimo o sólo un relato más extenso, sobre el tema de los sueños como un pasadizo hacia la profecía, con un título tentativo incluso: Nadar de noche.

Jajaja, ¡estás siendo totalmente performativa! Esa séptima función del lenguaje barthesiana que crea realidad con la palabra.

¡Sí! ¿No te parece que la literatura es un acto de invocación? En las primeras formas narrativas, desde Platón y Aristóteles, las tarea del poeta y las tareas del mago eran las mismas, eran la capacidad de enunciar. Magia y creación están profundamente ligadas por la palabra. En el mito todo se explica a través de la narración, lo que enuncias existe. La bruja, para curarte la herida, primero tiene que contarte la historia de la primera cicatriz, por ejemplo, yo creo que la literatura es un poco eso, lo que no podemos dominar desde la lógica. Muchos escritores no son conscientes de la capacidad de concreción y convocatoria que tiene la literatura. Yo adoro a un escritor ecuatoriano, hasta el punto de tener esta frase suya pegada frente a mi mesa de trabajo en la universidad: “todo lo que inventamos es cierto”.

¿Hasta qué punto la literatura fundacional de las principales religiones puede ser percibida como literatura fantástica?

Es que es eso básicamente. Si piensa en el Popol vuh (el “libro de la comunidad, una recopilación de narraciones míticas, legendarias e históricas del pueblo k’iche’, el pueblo maya guatemalteco con mayor cantidad de población) que habla de cómo se originaron los hombres: el hombre de maíz, el hombre de barro y cómo los que quedaron fueron los que resistieron a la lluvia. Todo empieza en el lenguaje, si lo piensas, la Biblia también es una forma de ficción fundacional: la manzana, la serpiente, el diluvio. Hay gente que los interpreta de manera literal, pero hay que entenderlos como eso, como principios narrativos y mitológicos.

¿Y en el miedo a lo extraño, en el miedo al otro?

Claro, también pasa con el tema de las mujeres, hemos sido durante muchos años ese gran otro. Ese cuerpo que pare, que se embaraza, que arroja sangre, que arroja leche, como esa construcción ambigua y monstruosa, porque la deseas y al mismo tiempo la aborreces. Ese otro nos causa curiosidad y deseo, una vía para crear fantasías terroríficas: las brujas, las vampiras, las demonias… la contradicción humana.

Por qué entonces la literatura (fantástica y no) no nos cura la tendencia a convertir los terrores en acto: holocausto, genocidios, tortura, asesinatos en masa, insensibilidad ante el dolor ajeno,...

El asunto es que la literatura de la imaginación fantástica ha sido muy mal entendida. Se ha pensado, durante muchos años, fruto de este linaje nórdico, no de la línea americana, con Lovecraft, por ejemplo, más macabra, sino de la anglosajona, poblada de duendes, de trasgos, hasta Harry Potter, si me apuras, que era lo único. Pero hay otro linaje de literatura fantástica, al que yo pertenezco, el de América Latina, que arranca en el mito y se desarrolla en autores como Horacio Quiroga, Julio Cortázar, Jorge Luís Borges, Amparo Dávila. Respecto de si habría que volver a la raíz de lo fantástico como una fórmula para salvar el mundo, hay un escritor mexicano que me gusta mucho, Alberto Chimal, que tiene un texto que se llama algo así como En defensa de la imaginación fantástica, en la que vuelve esto un asunto político y dice que el mundo está dominado por discursos relacionados con el tema de la violencia, que los medios de comunicación nos están contando todo el tiempo que el mundo es terrible, brutal, y que esto es inamovible y no tiene solución. A eso, lo que propone Chimal es una intervención desde la imaginación, la posibilidad de que la literatura no sea únicamente contar estas cosas brutales, muchas veces inventadas o amplificadas por los propios medios, sino también trabajar esas otras partes de la imaginación que nos sirvan para buscar soluciones. Yo creo en eso, creo en la intervención fantástica del mundo. Y en mi caso, como soy mujer, y estamos en el 8 de marzo (la entrevista se desarrolla envuelta por bullicio de las manifestaciones), yo creo que mi trabajo tiene que ver con el feminismo fantástico. Tradicionalmente las mujeres no trabajan los géneros del terror, de lo fantástico, de la ciencia ficción, de la novela negra, y justamente a mí me interesan porque son marginales, y también porque me interesa que las mujeres tomemos el control sobre esa parte del mundo que nos ha sido negada hasta ahora.

¿Hay un estallido de la literatura femenina ecuatoriana, y latinoamericana en general, o esta pregunta adolece de hispano-eurocentrismo?

Cuando los autores del llamado boom hispanoamericano empezaron a publicar en España, a causa de sus diferentes exilios particulares, parece que el mundo descubrió toda una literatura. Ahora mismo parece que está ocurriendo algo similar, en Ecuador, pero somos apenas tres o cuatro, Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero y yo misma, a las que hay que sumar a las poetas Carla Badillo y Siomara España, que circunstancialmente coincide que hemos publicado en diferentes editoriales españolas. Debido al asunto del cambio de los tiempos, hay una mayor visibilidad de lo femenino y ha coincidido que estas editoriales españolas han reparado en nuestro trabajo. Pero pensar que hemos sido rescatadas, como si en Ecuador no hubiera literatura de calidad, me parece una mirada irresponsable, no creo que se trate de eso. Si no se hubiera dado esta circunstancia, nosotras seguiríamos escribiendo igual en Ecuador, yo seguiría escribiendo lo mismo y publicando igual, en mi país. Este es mi noveno libro de cuentos. Lo que ha sido es un extraordinario y bueno azar, pero mi trabajo no se hubiera detenido, ni el de Mónica, ni el de María Fernanda. Tengo una profunda gratitud, pero la calidad de mi trabajo, como el de mis compañeras, no habría sido inferior.

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